El sentido del humor es poco frecuente en la literatura mexicana. Esto resulta un tanto peculiar, dado que las letras patrias inician con un libro picaresco, El Periquillo Sarniento, de Fernández de Lizardi, donde con un tono humorístico y entretenido el autor ataca a la monarquía española
Jaime Martínez Ochoa
El sentido del humor es poco frecuente en la literatura mexicana. Esto resulta un tanto peculiar, dado que las letras patrias inician con un libro picaresco, El Periquillo Sarniento, de Fernández de Lizardi, donde con un tono humorístico y entretenido el autor ataca a la monarquía española. Después, la literatura nacional entraría en un camino de solemnidad y oficialidad en el que, salvo contadas excepciones, se tendería más a lo serio que a lo cómico. Acaso sin quererlo, las letras nacionales han sido fieles a ese precepto de Vargas Llosa de que el humor le quita tensión a la literatura y la vuelve frívola.
Entre las contadas excepciones está en primer lugar el genial Jorge Ibargüengoitia, quien sin despeinarse pone patas arribas la historia patria con historias desopilantes en las que aparecen personajes tan dramáticos como cómicos. Otro sería Julio Torri, quien al humor le añade ironía, y también Juan Villoro, cuya obra narrativa también sobresale porque le pone paños fríos incluso a lo más serio. En esta nómina también podríamos incluir a Sergio Pitol, algo de Carlos Monsiváis, Guillermo Samperio y quizás el ninguneado Armando Jiménez.
En las letras michoacanas la oficialidad es lo que prima. Quizá sea el Pito Pérez de José Rubén Romero una salvedad, pues no se dirá que la narrativa estatal sea por lo general adepta al humorismo. Acá nos gusta decir las cosas con mucha seriedad porque nos creemos serios y pensamos seriamente que el pedestal de las letras que todos buscamos sólo está reservado para quien asume con solemnidad sus escritos. Sin embargo, en Michoacán también tenemos una excepción y esa es sin duda Raúl Mejía, quien, aunque nacido en la Ciudad de México es por derecho propio y decisión personal un escritor autóctono.
Mejía ha puesto en el humor un ingrediente especial no sólo de su obra narrativa, sino también de sus crónicas y de sus charlas de café. Como quien dice, a todo lo que le toca le pone su buena dosis de humor y quien quiera comprobarlo ahora mismo puede meterse a su página de Facebook, donde se encontrará amenas crónicas en las que Raúl, humor de por medio, cuenta sus increíbles e insólitas peripecias, ya sea en sus planes para viajar por el mundo como en su búsqueda de los mejores tacos o el mejor menudo que se pueda saborear en la capital michoacana.
Es un humor fino, bien escrito, en el que se esconde, como debe ser, también lo agridulce que significa la experiencia del vivir, como esa tontería de tener que envejecer o enfermarse o que te llamen de derecha sólo porque no comulgas con el tlatoani de turno. No es un humor chistoso ni gracioso, sino más bien del lado punzante, ese humor que te deja pensando que, en efecto, pecar de solemnidad es la cosa más fúnebre y mustia del mundo.
Ahora, gracias a Cuarta República. Editorial de Michoacán, Raúl ha vuelto a las lides literarias con la recuperación de uno de sus mejores cuentos, “La autopsia dirá si ha muerto”, que ganó el Concurso de Cuento de Humor Negro “José Ceballos Maldonado”, organizado por la Secretaría de Cultura de Michoacán. Este cuento, junto con “Tos de Tísico”, de Salvador Munguía, ganador del mismo certamen, forma parte de una avanzada para ir publicando los cuentos que obtuvieron el reconocimiento en las diferentes fases del galardón.
Se trata de una iniciativa importante para rescatar este tipo de trabajos literarios, que hoy permanecen en el anonimato y que los lectores michoacanos debemos conocer. La literatura es tradición y modernidad y se nutre de las diversas obras que van incorporando los escritores, conformando un mosaico en el que todos aparecemos representados, más allá de nuestras divergencias de toda clase y estilo.
Por eso rescatar este tipo de obras, además de otras que vienen en camino, es un acierto sin parangón de parte de Cuarta República, que con esto viene a coronar los esfuerzos tanto de la Secretaría de Educación como la de Cultura.
En “La autopsia dirá si ha muerto”, se relata la triste pero no cándida historia de un personaje que, cansado de llevarse puesto, un día decide matarse. Sin embargo, uno no se mata en condiciones normales, pues para ello debe haber presencia de ánimo y, además, hay que tener mucho cuidado, pues es probable que las cosas no salgan como uno imagina.
El personaje de este desopilante relato se sumerge en un apabullante coctel de pastillas para hacerse a la idea del suicidio, pero despierta en un quirófano, donde se apresta a observar en vivo y directo su ¿muerte? Eso no lo sabemos, pues lo suyo puede ser un mal sueño, un viaje alucinógeno, una película de Lynch o una masturbación mental.
O puede que todo tenga que ver con una simple venganza. Las variantes pueden ser tantas que, en efecto, sólo la autopsia nos dirá qué pasó en realidad. El lector, que suele ser más sabio que los escritores y los reseñistas, es el encargado de resolver este tinglado. Por ello se apela aquí al lector activo, que debe desentrañar en esta humorosa historia lo que se esconde en el fondo, la mala leche o la mala digestión de un personaje que de tan patético nos hace sonreír.
Esta bonita edición de Cuarta República consta además de varias ilustraciones de Tavo, que bien pueden ser tomadas como una obra aparte. Hay que celebrar la publicación de este cuento, así como el de Salvador Munguía y otros que vienen en camino. La literatura sólo se salva cuando los libros se publican y llegan a las manos de los lectores. De otra manera sólo sirve para alimentar a las polillas.
Jaime Martínez Ochoa es escritor y editor. Con el libro de cuentos Gleba, ganó el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen. Actualmente es editor de Cuarta República. Editorial de Michoacán.