La escritora argentina comparte con los lectores de La Voz de Michoacán el origen de su libro y el diálogo entre imagen y palabra en su proceso creativo.
Yazmin Espinoza / La Voz de Michoacán
Morelia, Michoacán. El gran danés (Almadía, 2024), la artista y escritora Corina Bistritsky entrega una novela íntima, atmosférica y profundamente emocional. A través de una narradora que atraviesa una ruptura amorosa y un silencio familiar heredado entre mujeres, la autora teje una historia sobre el duelo, la identidad y la posibilidad de redención. Un perro enorme aparece como guía inesperado en medio de una madrugada lluviosa, y con él se abre una ruta hacia lo desconocido y lo entrañable.
Corina, nacida en Buenos Aires y radicada en Ciudad de México, cruza en su escritura la sensibilidad visual de su obra artística con una prosa delicada, poética y por momentos brutal. Será este viernes 11 de julio a las 18:00 horas, que la autora presentará El gran danés en la Librería El Traspatio acompañada por la escritora Julia Ayala.
En entrevista para La Voz de Michoacán, Corina habla sobre el origen de su libro, la construcción de su narradora, el peso de los secretos familiares y el diálogo entre imagen y palabra en su proceso creativo.
¿Cómo nació la historia de El gran danés? ¿Hubo una imagen, una emoción o una escena que lo detonó todo?
Esta novela la empecé a escribir en 2017. En ese entonces estudiaba psicología y asistía a un taller de escritura, pero estaba lejos de hacerlo de manera profesional. Lo primero que apareció fue una imagen: el encuentro entre la narradora y el perro gran danés en una madrugada de tormenta. Esa escena inicial de una mujer en el parque, bajo la lluvia, encontrando a este perro enorme, fue lo que lo detonó todo. Así empieza de hecho la novela. Todavía no sabía bien qué estaba escribiendo, pero esa imagen ya estaba ahí.
La protagonista es una mujer en sus treintas, atravesando una ruptura y un duelo emocional. ¿Cómo construiste su voz y cómo fue convivir con ella durante la escritura?
Hubo una coincidencia entre lo que ella vivía y lo que yo sentía cuando empecé a escribirla. Estaba entristecida, y usé como gasolina esa emoción, que luego fue mutando hacia la ficción. Me tomó muchos años escribirla, así que la propia experiencia fue cambiando. También me interesaba reflejar un miedo generacional, ese pasaje a la vida adulta lleno de incertidumbre, con problemas financieros, preguntas existenciales... siento que es algo que atravesamos muchas personas hoy.
Hay una melancolía muy presente en el libro, pero también una belleza en los detalles cotidianos. ¿Qué papel juega el lenguaje poético o sensorial en tu narrativa?
La novela tiene dos formas de escritura. Por un lado, está el lenguaje de la trama, que hace avanzar la historia. Y por otro, está la voz de la narradora, que quiere ser escritora, y que aparece en unos apuntes más poéticos y reflexivos. Esa parte surgió hacia el final, cuando sentía que la novela necesitaba algo más. Fue en un taller con Olivia Gallo donde ella me sugirió incluir la historia del abuelo desde una escritura más amorfa y sensorial. Así que la novela se escribió en dos tiempos: primero la trama, luego ese otro lenguaje más íntimo.
El secreto familiar que atraviesa a tres generaciones de mujeres es un eje poderoso en la historia. ¿Qué te interesaba explorar a través de este silencio intergeneracional?
Ese secreto es real. En mi familia hubo un crimen cometido por mi abuelo, que sí fue preso. En la novela, ficcionalicé todo eso: el abuelo no va a la cárcel, se escapa de la justicia. Me interesaba trabajar más la idea del silencio y del secreto, y cómo condiciona una vida incluso cuando no se sabe que está ahí. Muchas familias cargan con eso: “de este tema no se habla”. Quería construir una narradora cuya existencia estuviera atravesada por ese secreto, aunque no lo supiera al principio. Cuando se entera en la adultez, empieza a investigar para encontrarse a sí misma.
Tú eres también artista visual. ¿Cómo dialogan tus procesos de creación visual y literaria? ¿Se influencian mutuamente?
De hecho, yo empecé escribiendo, pero en algún momento me bloqueé mucho y pasé a las artes visuales. Ahí me permití ser más irreverente, más libre. Cuando me fortalecí en ese lenguaje, volví a la escritura con esta novela. La escritura me pone en un lugar más rígido o mental; las artes plásticas son más físicas y corporales para mí. Ahora, por primera vez, estoy trabajando un mismo tema desde ambas disciplinas, y eso ha sido muy revelador.
Si pudieras dejar una imagen o una sensación en quienes lean El gran danés, ¿cuál te gustaría que fuera?
Una imagen de cielo nublado, como cubierto por una tormenta, y que de repente, entre las nubes, aparece un rayito de luz.