La presidente Sheinbaum debe haber hecho algo en los días anteriores, para movilizar a su gobierno, tomar la línea ofensiva en el ejercicio del poder y enviar una señal sobre quién manda aquí
Leopoldo González
La presidente Sheinbaum debe haber hecho algo en los días anteriores, para movilizar a su gobierno, tomar la línea ofensiva en el ejercicio del poder y enviar una señal sobre quién manda aquí.
En pocos días, tal vez como reacción al bochornoso escándalo provocado por Adán Augusto López Hernández, quien sigue sin renunciar al liderazgo de Morena en el Senado, o por la exhibida de tanto viajero morenista en vuelos internacionales de lujo, o porque las críticas a su bajo perfil frente al obradorismo arreciaron en los meses recientes, la señora Sheinbaum decidió que quiere que la tomen en serio.
Aunque todavía hoy no convence, pues su tibieza y falta de arrojo dejan entrever que teme distanciarse del patriarca de Palenque, la señora Sheinbaum parece más dueña de su papel en el escenario y más segura de sí misma.
No hay sino dos hipótesis para ese cambio de guardia: o alguien cercano y al mismo tiempo lejano la hartó y la hizo encabritar, o alguien más le tocó el amor propio y la hizo reaccionar.
Si golpeó el tablero del poder por una burla, si dio un manotazo en el escritorio o si al fin decidió ser más territorial en el ejercicio del mando, ello apuntaría a que finalmente se ha consumado un parricidio político terso, y que será ella quien gobierne.
Los cambios y enroques en el gabinete ampliado, el sorpresivo protagonismo de ciertos secretarios y del director de PEMEX, el anuncio de un plan estratégico para sanear la política energética y las finanzas de la paraestatal, junto a los nombramientos en otras áreas, lo que indican es que se debilita al obradorismo en posiciones de gobierno y se robustece a la titular del Ejecutivo.
Todo indica que ha comenzado, por el golpeteo interno en Morena, un sismo que podría terminar en cisma y un nuevo alineamiento de los elementos y costuras del poder.
Mover a Pablo Gómez de la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF), donde ejercía el rol de inquisidor y persecutor de contribuyentes y disidentes, pero también el de escudo de una oligarquía criminal, para que encabece la Comisión Presidencial para la Reforma Electoral, es una decisión que no ennoblece ni mejora el sistema electoral ni la democracia en México, pero permite al equipo presidencial recuperar una posición para sí y operar un enroque. Mientras se envía a Pablo Gómez a que ejercite sus instintos grillescos, el claudismo gana una posición.
El que a Pablo Gómez lo hayan hecho víctima de una chamaqueada presidencial, es digno de una jugada política de un talente superior, porque a la UIF llegará Omar Reyes Colmenares, experto en el sistema penitenciario y hombre de todas las confianzas de Omar García Harfuch, quien, según su perfil, hará un trabajo institucional para un gobierno, no ya para un grupo de poder.
El anuncio de que pronto harán equipo con Pablo Gómez, entre otros, Jesús Ramírez Cuevas y Rosa Icela Rodríguez, puede ser una advertencia en despoblado o el anuncio de una purga burocrática.
El titular de Hacienda, Edgar Amador, quizás fue llamado a algún cuarto de guerra para revisión de uñas y “lectura de cartilla”, porque en los últimos días no sólo comparece más propio y relajado, sino incluso más presto y colaborativo con las funciones hacendarias de la República.
Apenas ayer, llamó la atención la designación de Cristóbal Arias Solís como titular del Tribunal Federal de Conciliación y Arbitraje. El exsecretario de Gobierno y exsenador por Michoacán tiene merecimientos y peso propio para ese puesto, aunque su nombramiento puede leerse, también, como una señal de deslinde frente al pasado inmediato, pues fue uno de los políticos que López Obrador no quiso en su proyecto ni en su gobierno.
Después de haber tomado las riendas del país, es la primera vez que la señora Sheinbaum toma las tijeras y el bisturí para hacer ajustes y realinear a su equipo de trabajo, lo que no deja de ser una señal buena para el calendario del tiempo nuevo.
Es posible que, en el ejercicio del gobierno, una sacudida menor augure y sea el anticipo de una sacudida mayor. Pero eso sólo lo podrán desentrañar, a su debido tiempo, los oráculos de la política y el poder.
Pisapapeles
Charles De Gaulle se ufanaba de la cantidad de quesos que podía producir Francia, pero elogiaba, en especial, el queso Gruyere. Ojalá en México el poder no sea nunca una metáfora del queso Gruyere.