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De “chicharitos” misóginos y cosas peores

FUENTE: Contramuro Noticias en Michoacán / Opinión /

El feminismo es una corriente de pensamiento que modificó los parámetros de la cultura en busca de la inclusión de las mujeres. Su avance vertiginoso durante las últimas décadas ha producido cambios notables en la vida social y de participación de las mujeres en todos los espacios que antes les estaban vedados. Bajo el marco universal de los Derechos Humanos, el feminismo ha logrado el reconocimiento de la dignidad humana de las mujeres en muy pocas decenios, constituyendo la revolución más breve y eficiente de toda la historia humana.

Pero la velocidad con la que se han destruido los parámetros de la cultura patriarcal dificulta la comprensión de nuevos modelos de organización social y cultural que enmarcan la actuación de las últimas generaciones. Así, mientras las mujeres superan roles ancestrales de sometimiento a los varones, muchos de ellos aún no se acostumbran a reconocer a las mujeres en condiciones de igualdad. La mayoría de las personas de nuestro tiempo asumen el ascenso de las mujeres como el signo de progreso cultural que caracteriza el desarrollo humano, aunque todavía existen algunos personajes en el espacio público que se resisten a comprender el mundo bajo el nuevo modelo de autocomprensión humana que las mujeres han hecho vigente.

La transformación de las relaciones humanas que la conciencia moderna ha ocasionado se basa en una ampliación de la conciencia social. El descubrimiento de los derechos de igualdad y respeto a la dignidad humana evita la discriminación, desacredita la marginación y descalifica la exclusión como formas defectuosas de organizar el mundo. No obstante, la osadía masculina normalizada durante muchos siglos de desigualdad emerge desbocada en medio de la crisis de patriarcado que vivimos, produciendo discursos tan inconcebibles como ridículos.

Es el caso de personajes de diversos ámbitos como el deportivo, el político, y sobre todo en las redes sociales, en las que cualquier sujeto se siente con derecho a definir lo que deben ser las mujeres. Mansplaining es el nombre técnico que las feministas utilizan para describir esa forma de machismo con que los hombres intentan explicar a las mujeres cosas obvias, o que ellas saben muy bien. Así tenemos figuras públicas populares y otras más mediocres, como un tal Temach, quien se autodefine como arquetipo de perfección y encarnación de una supuesta “correcta hombría”, para “enderezar la humanidad” y “salvarla” de los vericuetos en los que se encuentra “perdida”, tras la conquista de los derechos humanos de las mujeres.

El más reciente ejemplo es un futbolista llamado Javier Hernández, denominado coloquialmente como el “Chicharito”. En un video reciente, el famoso deportista decidió erigirse en juez de las costumbres femeninas aconsejándoles que “no tengan miedo de ser mujeres” y que “encarnen su energía femenina”, cuidando “el hogar que es el lugar más preciado por nosotros los hombres”. Esta última e infantil frase resuena en un eco ingenuo de autoglorificación propia del siglo XVII, por más vigente que se pretenda. Finalmente, además de declarar la triste noticia: “Mujeres, están fracasando”, insta a las mujeres a “honrar la masculinidad”, y les recomienda que “se permitan” “ser lideradas por un hombre, que lo único que quiere es verlas feliz” (“limpiando” y sosteniendo el preciado lugar “de los varones”).

Este “mesías del patriarcado” habla además de cómo las mujeres pretenden “erradicar la masculinidad” “haciendo la sociedad hipersensible” y expresa cómo, desde su altiva posición de vocero del neo-machismo, le resulta “interesante” que las mujeres “quieran un hombre proveedor” y les parezca “opresivo barrer y limpiar”. Posteriormente otros personajes de ideas machistas, tan desacreditados como Eduardo Verástegui, aplaudieron sus palabras intentando contrarrestar cínicamente los avances sociales del feminismo con un nivel de misoginia más propio de bandoleros del siglo XIX que de seres humanos del siglo XXI.

Los rasgos de estos sujetos que pretenden representar la sabiduría humana son tan peligrosos como ilegales. Algunos políticos y aspirantes a intelectuales, artistas o deportistas intentan argumentar la, según ellos, impertinencia de los derechos humanos y sostener la inviable e ilegítima autoridad de un patriarcado decadente. Pero volver a colocar a las mujeres al servicio de los hombres no es buena idea.

En Michoacán también existen sujetos que, en su infinita ignorancia, mediante un discurso aún más cómico que misógino pretenden rebatir la igualdad entre hombres y mujeres con pseudoargumentos tan absurdos que no vale la pena describir. Resulta inclusive complicado refutar al inefable diputado local, famoso por sus dislates, que compara legítimas aspiraciones políticas con posiciones laborales indeseables para los propios varones. La ignorancia de esos políticos y de todo tipo de machistas exhibe una ofensiva indiferencia frente al delito de denigrar mujeres mediante discursos de odio. Pero sobre todo desnuda el fondo de sus declaraciones como productos del resentimiento a las mujeres y un profundo e inconfesable amor entre sí mismos.

Como describe la feminista y filósofa estadounidense Marilyn Frye el homoerotismo simbólico que sostiene los comportamientos misóginos de los varones: “Decir que un hombre es heterosexual implica solamente que él tiene relaciones sexuales exclusivamente con el sexo opuesto, o sea, mujeres. Todo o casi todo lo que es propio del amor, la mayoría de los hombres hetero lo reservan exclusivamente para otros hombres. Las personas que ellos admiran; respetan; adoran y veneran; honran; quienes ellos imitan, idolatran y con quienes cultivan vínculos más profundos; a quienes están dispuestos a enseñar y con quienes están dispuestos a aprender; aquellos cuyo respeto, admiración, reconocimiento, honra, reverencia y amor ellos desean: estos son, en su enorme mayoría, otros hombres. En sus relaciones con mujeres, lo que es visto como respeto es cortesía, generosidad o paternalismo; lo que es visto como honra es colocar a la mujer como en una campana de cristal. De las mujeres ellos quieren devoción, servidumbre y sexo” (Marilyn Frye, Politics of reality: Essays in feminist theory).

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